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La sociedad es diversa, y las personas que la integran piensan y actúan de manera diferente. Estas diferencias pueden estar vinculadas a motivos políticos, culturales, económicos, entre otros.
Los valores, como el respeto, la tolerancia y la igualdad de oportunidades, son los pilares sobre los que se basa la convivencia armoniosa. En la medida que ello no ocurra, se generan condiciones de desigualdad que hacen vulnerables a las personas, constituyendo un problema social.
Las desigualdades sociales pueden responder a diversas causas, como las diferencias económicas, étnicas o culturales, de género, laborales, y otras asociadas con la edad y con la discapacidad. En muchas oportunidades, esas desigualdades pueden traducirse en situaciones de discriminación o exclusión hacia las personas por su origen étnico o su nacionalidad, o en otros casos, por sus opiniones políticas o sus creencias religiosas. También por su género, su edad, por tener alguna discapacidad o enfermedad, por su situación económica, etcétera.
Si bien es el Estado quien debe garantizar a las minorías el cumplimiento de sus derechos, es importante también resaltar el rol que debe cumplir la educación, ya que educar en la diversidad, inculcando valores como el respeto y la tolerancia, es trabajar en la construcción de una sociedad más igualitaria e inclusiva en oportunidades y derechos.
En un mundo tan diverso y con brechas cada vez más amplias de desigualdad, aparece un objetivo prioritario que es el de alcanzar ambientes y sociedades sostenibles y sustentables.
Las Naciones Unidas habían propuesto a los países implementar acciones para alcanzar —entre los años 2000 y 2016— esa sostenibilidad y sustentabilidad, mediante acuerdos sobre 8 objetivos conocidos como Objetivos del Milenio (ODM). En 2015, las Naciones Unidas propusieron una nueva agenda de 17 objetivos para alcanzar en el 2030: los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).