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Durante mucho tiempo, el mercado agrario mundial se caracterizó por la siguiente especialización: los países menos desarrollados eran exportadores y abastecedores de materias primas agrarias, y los países más desarrollados eran los principales compradores de esos bienes.
Tras la Segunda Guerra Mundial, esta situación cambia cuando los países europeos empiezan a buscar la autosuficiencia alimentaria, a partir de la modernización agraria, la adopción de políticas proteccionistas que limitaban las importaciones de productos agrarios de otros países y el subsidio a las producciones locales. Estas acciones generaron excedentes alimentarios que fueron introducidos en el mercado mundial. Además, en las últimas décadas, los países desarrollados han incrementado los intercambios comerciales agrícolas entre ellos, en parte gracias al marco de los acuerdos comerciales que tienen los bloques regionales.
En cuanto a los países menos desarrollados, sus desplazamientos como proveedores tradicionales de materias primas generaron un cambio en la especialización de sus producciones: los alimentos básicos y tradicionales fueron reemplazados por otros productos no tradicionales orientados a los consumidores locales de altos ingresos (como por ejemplo, ciertas frutas y hortalizas); y por producciones masivas de cultivos comerciales (tal es el caso de la soja en la Argentina y Brasil, exportada como forraje para el ganado). Los gobiernos tendieron a apoyar estas actividades y descuidaron la producción nacional de alimentos básicos, lo que produjo un aumento de las importaciones, generando dependencia e inseguridad alimentaria.
En este contexto, aparece la necesidad de nuevos espacios de comercialización, ya que la entrada de alimentos de otros países provoca un encarecimiento de los precios, debido a la gran cantidad de intermediarios (impuestos aduaneros, transportes, otros comerciantes, etc.). Las ferias de productores surgen como la alternativa más adecuada, ya que ofrecen como ventaja que la venta sea directa del productor al consumidor, eliminando una larga cadena de intermediarios (por ejemplo, supermercados o almacenes, en los que solemos comprar), reduciendo también los costos para el productor y para el consumidor. Este tipo de comercialización alienta, también, una relación de confianza entre el que vende y el que compra, ya que el consumidor conoce la procedencia de lo que está comprando y puede despejar dudas sobre su origen, elaboración o calidad. Cabe agregar que dichos productos son más saludables para la alimentación humana y ambientalmente sustentables, porque suelen estar libres de agroquímicos y transgénicos.
Generalmente, las ferias de este tipo se instalan en las ciudades y cuentan con la participación de los productores de esa localidad o de localidades próximas, hecho que constituye una ventaja adicional al fortalecer los lazos sociales. En las ferias, por lo general, se venden productos frescos, aunque también se ofrecen mercancías con agregado de valor.
La expansión de las ferias de productores, en muchos casos impulsadas por organismos estatales, constituye una posibilidad para alcanzar la soberanía alimentaria.
El impulso a las ferias de productores no solo se ha incorporado a las políticas públicas de muchos países, sino que también son promovidas por organizaciones internacionales, como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).