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A diferencia de los plásticos convencionales sintetizados a partir de derivados del petróleo, los plásticos biodegradables, al ser producidos por seres vivos mediante reacciones enzimáticas, también pueden ser degradados por sistemas biológicos. La biodegradación comienza cuando una enzima llamada depolimerasa cataliza la rotura de la unión del polímero y se liberan los monómeros que lo constituyen. Estas unidades son asimiladas por las bacterias en su metabolismo. Las especies de microorganismos capaces de descomponer estos plásticos son abundantes y están presentes en grandes cantidades en todos los tipos de ambientes. Además, estos plásticos son compostables, es decir, una vez degradados, reingresan al ciclo de la materia.
Algunas bacterias productoras de plásticos biodegradables, por ejemplo, pueden sintetizar diferentes polihidroxialcanoatos (PHA), dependiendo del tipo y la cantidad de sustrato que se les proporcione. Esta característica permite a los científicos manipular su producción, según el uso que se le vaya a dar al plástico. Por ejemplo, se pueden producir plásticos rígidos o maleables, resistentes a temperaturas altas, ácidos o bases, cristalinos, impermeables al oxígeno, y hasta fibras plásticas para suturar heridas o tejidos internos.
Una forma de obtener estos plásticos biodegradables es a partir de bacterias del género Azotobacter, muy común en los campos argentinos. Para su fabricación se utiliza como sustrato melaza de caña de azúcar. Las bacterias se alimentan de esta sustancia y crecen en fermentadores. Cuando disminuye la cantidad de nitrógeno en los fermentadores, comienzan a acumular plástico de reserva dentro de su célula, de un modo similar a como los mamíferos almacenan grasas, o los vegetales, como la papa, guardan almidón. A los pocos días de fermentación, producen el equivalente al 80% de su peso seco en plástico. Luego, se centrifugan y se rompen para extraer los PHA.